Después de poco más de año y medio y gracias al rápido avance de la vacunación, la vida empieza a volver a la normalidad… o, al menos, a algo que se le parece. Las industrias se van reactivando, las calles se van repoblando, y las rutinas y los hábitos de siempre despiertan de su largo letargo. Los cuidados adoptados durante los últimos meses ya forman parte, al menos temporalmente, de nuestro estilo de vida: nos hemos acostumbrado a ellos y no nos resultan tan extraños como en un inicio. Sin embargo, la vida postpandemia no es, en definitiva, la de antes, ni tampoco lo somos nosotros. Somos distintos, somos más fuertes y hemos aprendido mucho en este tiempo.
El reordenamiento de las prioridades, la progresiva estabilización del panorama económico y el rechazo a las actuales condiciones laborales han formado la tormenta perfecta para una nueva e inesperada ola de cambios, que, si nos la hubiesen contado hace unos meses, no la creeríamos: un abandono masivo de los puestos de trabajo. Sí, un escenario inédito que el Dr. Anthony Klotz, profesor asociado de administración de la Universidad de Texas A&M, atinó en describir bajo el nombre de la “Gran Resignación”. Y es que, de cierto modo, el replanteamiento de las reglas de juego profesionales −fruto de la brusca digitalización asociada, a su vez, al confinamiento por la pandemia− se han convertido en el caldo de cultivo para este fenómeno, que hoy parece estar alcanzando su punto de ebullición y, más temprano que tarde, erupcionará cual volcán dormido, arrasándolo (y redefiniéndolo) todo a su paso.
¿En qué consiste la “Gran Resignación”? En un éxodo del mundo laboral, en busca de una suerte de Tierra Prometida que ni sabemos dónde está, ni cuánto tardaremos en alcanzar… pero de la cual estamos seguros está allá afuera y que anhelamos encontrar. Quizá todo esto, que hoy está en boga en Estados Unidos, todavía nos suene muy lejano aquí en Latinoamérica, pero también lo era el inofensivo virus de Wuhan… así que es de esperar que pronto, pese a la diferencia entre los contextos de ambos continentes, veamos germinar los primeros brotes de este evento. Solo para dimensionar mejor las proporciones de este fenómeno: solo en julio de 2021, alrededor de 4 millones de estadounidenses, mayormente entre 30 y 45 años de edad, habrían renunciado a sus puestos de trabajo. Este pico de deserciones inició en abril y no ha cesado desde entonces, acumulando 11 millones de vacantes y despertando gran preocupación en el mercado laboral. Imaginemos cómo sería esto si sucediese en Latinoamérica…
Una de las más importantes lecciones de la pandemia por COVID-19 es que ni las personas ni las organizaciones podemos seguir dándonos el lujo de “llegar tarde a la fiesta”. ¿Vamos a esperar de brazos cruzados que el dique ceda, para reaccionar solo cuando tenemos encima este huayco de cambios? Además, ¿acaso hay que ser demasiado agudo para darse cuenta que el statu quo de la vida profesional es, en gran parte, responsable directo de la crisis que se avecina? Y es que hoy, aunque suene sorprendente, la desconexión entre la experiencia del trabajador y el sentir de las empresas es más evidente que nunca. Y esto es una bomba de tiempo. Empresas, ¿acaso se habían puesto a pensar que, no, no todos están dispuestos a ponerse la camiseta y dar la milla extra sin mirar las consecuencias, priorizando un empleo y un sueldo por encima de su bienestar y salud? ¿Y que tampoco todos ni probablemente la mayoría de trabajadores están deseosos de volver a las oficinas, con la pérdida de flexibilidad y libertad que ello conlleva? ¿Tenemos un plan de contingencia si nuestros trabajadores, simplemente, no están de acuerdo con las condiciones de trabajo que se les imponen, y deciden patear el tablero? Definitivamente, hacerse la vista gorda a las necesidades de las personas que integran las empresas no es muy buena idea que digamos; o, mejor dicho, no solo es un despropósito sino una irresponsabilidad tremenda.
Las empresas necesitan tomarse más en serio la “retención” de sus trabajadores. Nos urge hallar nuevas formas de comprometer a nuestros trabajadores, años luz mejores que los superficiales esfuerzos por “motivar” a través de compensaciones, beneficios y bonos que no llegan a saldar el desgaste y la inversión de tiempo y esfuerzo, ni tampoco la necesidad tan humana y profunda de una vida con propósito, en la que realmente hagamos la diferencia. Así que comencemos por lo primero: entenderlos. Desde hace tiempo, está bastante claro que las compañías no deberían pretender que sus trabajadores permanezcan con ellos hasta que la muerte los separe. Para la fuerza laboral, pertenecer a determinada compañía significa trabajar hombro a hombro con un determinado equipo humano, aprendiendo, creciendo y compartiendo durante una importante etapa de su larga trayectoria profesional… pero etapa después de todo, con un inicio muy bien definido y un final muy bien proyectado.
Los trabajadores no ven su paso por una organización como un mero trampolín o escalón, sino, insisto, como una etapa que deciden recorrer libremente, no por estricta necesidad, sino porque les añade valor. Naturalmente, al pertenecer a una empresa en la que realmente quieres estar, se puede dar por descontado que darás el máximo compromiso desde el día 1, sin necesidad de que terceros lo exijan. Y así sucede. Precisamente, la falta de compromiso está relacionada a la lenta erosión del ímpetu que llevó a ese trabajador a escoger a aquella empresa como parte de ese journey profesional. ¿No será que, manteniendo vivo ese fuego, podemos prolongar, no de forma indefinida pero sí al máximo, el tiempo de vida del trabajador en la empresa, garantizando su máximo rendimiento y desempeño desde que firma su contrato hasta que acuerda su salida?
Está en la cancha de las compañías sentarse a rediseñar los parámetros de la nueva normalidad del trabajo. Si dejamos que la vida siga su propio curso y nos abandonamos a la inercia del trajín en que vivíamos pre-pandemia, volveremos a los malos hábitos laborales de antes y habremos desperdiciado una oportunidad única para cambiar para mejor las reglas de juego. El trabajador viene dando el doscientos por ciento desde hace más de un año y medio… y muy probablemente no le dé para mucho más tiempo en ese ritmo. Evitemos una gran resignación latinoamericana. Construyamos juntos un gran inconformismo, que cambie el statu quo del trabajo para siempre.
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