Las crisis son un excelente crisol para esclarecer en qué creemos y en qué estamos dispuestos a invertir. Cuando los tiempos convulsos se van difuminando, llega la hora de trazar nuevamente una estrategia y es común que reine la incertidumbre de hacia dónde debemos apuntar. Con no poca frecuencia, las organizaciones corren detrás de las modas estacionales, a veces urgidas por la necesidad de cerrar en verde el año fiscal, otras porque su antigua propuesta de valor caducó y necesitan una nueva. ¿Qué pensarías si te digo que es mejor apostar por consolidar tu cultura, en lugar de priorizar el diseño de estrategias redituables que, a corto plazo, te permitirán crecer pero que, a largo plazo, quizás signifiquen tu propio estancamiento y ruina?
Desde hace algunos años, diversos autores insisten en la necesidad de invertir en nuestra cultura organizacional. La mayoría de nosotros está de acuerdo con que es importante, pero también está dispuesta a postergar la decisión a fin de atender asuntos igual de importantes pero mucho más urgentes. Claro ejemplo de ello es que, en la dura situación que hemos atravesado, cultura debe haber sido una de las últimas prioridades que nos pasó por la cabeza. Sin embargo, contra lo que quizá podríamos creer, a la hora de la hora es el elemento determinante que decide quién lleva la delantera en términos de potencial de crecimiento.
De acuerdo con la última edición del Human Capital Trends (Deloitte, 2021), las organizaciones que respondieron mejor a la crisis causada por la COVID-19 fueron, a su vez, las que previamente habían adoptado una mentalidad de crecimiento, permitiéndose aprovechar lo disruptivo como oportunidad para propulsarse hacia adelante. El 15% de empresas que reconocían haber estado “muy preparadas” para una coyuntura como la de la pandemia fueron 2.2 veces más propensas a invertir para adaptarse a las cambiantes necesidades del mercado. De igual modo, este selecto grupo mostró mayor apertura frente a la adopción de nuevas tecnologías que permitan rediseñar su estilo de trabajo, en comparación con las empresas promedio. Y, lo más importante, fueron pioneras en la implementación de políticas que agilicen la toma de decisiones y que favorezcan el desarrollo de soluciones innovadoras para los problemas inminentes del mañana.
Estos hallazgos demuestran que las organizaciones necesitan estar permanente preparadas para los desafíos del presente y el mañana, si tienen intención de lograr algo más que sobrevivir. Para sobresalir, las organizaciones necesitan invertir en sus culturas. La cultura organizacional echa raíces en el propósito y los valores, al mismo tiempo que se construye a través de las conductas y decisiones de quienes la integran. Por lo general, las culturas fuertes comunican valores tales como la colaboración, la agilidad, la integridad, la centralidad de la persona, el compromiso y la innovación. Su mentalidad ganadora, su sólida brújula interna y su capacidad para inspirar a los suyos les permite ser 3.7 veces más proclives a lograr un desempeño destacado y sobresaliente, según cifras de Bain & Company.
Si tu intención es sobresalir, no puedes estar apagando incendios e improvisando soluciones de último minuto. Si quieres tomar las mejores decisiones siempre y, en especial, en medio de una crisis, necesitas invertir en tu cultura. Necesitas volver la mirada sobre tu propósito y tus valores, evaluar si realmente crees en ellos y, a la luz de esta convicción, revisar tus decisiones, prácticas habituales y planes de crecimiento, a ver si guardan coherencia. Probablemente descubrirás que hay mucho que cambiar y te preguntarás si vale la pena hacerlo. A ojo cerrado, lo vale. Los frutos que coseches mañana dependen de cuán bien cuides esa semilla de la cultura que hoy siembras.