El reciente lanzamiento de “Soul” (2020), película animada de Disney-Pixar que por motivos de la pandemia se hizo esperar, ha dividido a la audiencia, siendo blanco de numerosos comentarios, tanto aclamándola como criticándola. Los principales detractores de este largometraje para niños (quedan dudas sobre esto último, dada la profundidad antropológica de sus insights y reflexiones) alegan que, desde un punto de vista existencial, se habría cometido un gran atropello contra una de las nociones más defendidas por los principales best-sellers empresariales de los últimos años: el propósito de vida [1]. En el contexto de la crisis sanitaria, incluso, les parece descabellado un film que, al fin de cuentas, despotrica contra todo esfuerzo por hallar sentido a los sinsabores y reveses de esta vida en la esperanza de ideales trascendentes, que van desde el deseo de llegar a ser alguien en las páginas de la historia hasta el construir un mañana mejor para las futuras generaciones. Por su parte, los defensores de Soul consideran que despertar de las ensoñaciones de un mundo mejor era lo que tanto necesitábamos, precisamente después de un año tan desconsolador como el que acaba de transcurrir… y que parece de nunca acabar.
¿Quién tiene la razón? Ni una ni otra postura y, al mismo tiempo, ambas. “Soul” tiene la genialidad de dar en el clavo con una de las más importantes (y olvidadas) verdades sobre el ser humano: si no somos felices hoy, ¿entonces cuándo? Por supuesto, en el contexto de un mundo acostumbrado a girar y girar sin cansancio, avanzando y progresando sin nada que lo detenga, parece inadecuado pensar en otra cosa que no sea crecer, crecer y crecer sin más. La pandemia, en tal sentido, resultó ser algo así como unas necesarias vacaciones forzadas para nuestra sociedad workaholic, que no quería hacer esa pausa que tanto le hacía falta. El problema de hacer aquella pausa es que corres el riesgo de empezar con las preguntas incómodas: ¿qué estoy haciendo con mi vida?, ¿realmente estoy a gusto con el ritmo y estilo de vida que llevo?, ¿para qué estoy haciendo todo esto?; y quizá la más letal de todas: ¿qué va a suceder cuando, al fin, alcance todas las metas que me proyecté? ¿Seré feliz? ¿Y luego qué? Si ya miraste “Soul”, estarás familiarizado con estas preguntas.
La coyuntura mundial ha representado, en términos existenciales, un brusco freno de mano para el mundo entero, sin excepción, y en tal sentido ha significado una oportunidad para replantearnos algunos aspectos importantes sobre nuestra manera de entender la vida. “Soul” logró sintetizar tal sentir en la hora y media que dura la película, introduciéndonos en el pellejo de Joe Gardner y su aventura por encontrarle sentido a la propia vida. Entre los paradigmas que, fruto de la pandemia, hemos podido cuestionar, está, sin lugar a dudas, la pregunta sobre el lugar que damos en nuestra escala de valores al trabajo, a las relaciones interpersonales, al bienestar, al auto-conocimiento, al cultivo de nuestras potencialidades humanas y a la responsabilidad cívica que necesitamos asumir todos. Ello supone revisar nuestras rutinas, hábitos, costumbres, creencias y prioridades, a fin de alinear todo lo que somos y hacemos en favor de nuestra felicidad y, en consecuencia, la felicidad de los otros. Si no estamos viviendo existencias felices, ¿qué sentido tiene? Nadie conoce cuánto durarán sus días. Y ello, en lugar de suponer una invitación al carpe diem, al disfrute desentendido y sin miramiento alguno a los otros, constituye el mejor punto de partida para preguntarnos: ¿qué nos hace falta para ser felices hoy, de tal manera que nuestra vida tenga sentido, hagamos felices a los demás y vayamos construyendo nuestro propósito no como algo etéreo, antojadizo y distante, cual si fuese un proyecto imaginario que tardamos años y años en construir a la perfección, sino como algo tan simple, tangible y, a la vez, tan nuestro, que se puede poner en marcha hoy gracias a nuestro compromiso por ser fieles a nuestro yo auténtico?
Sueños, los hay por montones; proyectos de vida y propósitos, en cantidades industriales; pero lo que en el fondo importa, y es lo único de lo que, con total certeza, podemos y debemos hacernos cargo (y hemos venido, increíblemente, relegando), es vivir, pero a propósito, es decir, procurando ser felices. Ya el cómo se harán realidad nuestros propósitos, anhelos y proyectos importa poco, dado que lo único que está en nuestras manos es el compromiso con nuestro propio sentido. Solo en la medida que nos comprometamos con una existencia con sentido todo lo demás caerá por su propio peso. El propósito, valga la redundancia, del propósito no es constreñirnos ni cortarnos las alas, esclavizando nuestro presente en aras de la incertidumbre de un mañana mejor: procura, todo lo contrario, inspirarnos, motivarnos y fortalecernos, para que alcemos vuelo y hallemos felicidad, precisamente, en la aventura de volar hoy.
Esta aproximación podría sonar conformista, pero nada más ajeno a ello. No hay nada más realista que aceptar alegremente nuestros límites y crecer echando raíces en la verdad, tanto de nosotros mismos como del mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo en el que vivimos. Y, al contrario, no hay nada más absurdo que hipotecar nuestra existencia en nombre de una felicidad de la que, ni siquiera, sabemos si llegará alcanzados nuestro propósito y proyectos.
Lo reflexionado puede sintetizarse en tres “píldoras”, cortas pero potentes como un buen espresso:
1. No dejes para mañana lo que puedes vivir hoy.
2. Mi felicidad es mi más importante propósito.
3. Mi compromiso por ser feliz es mi mejor forma de hacer felices a los demás.